miércoles, 6 de agosto de 2008

Laura Veirs.- Wrecking



Corre y no mires atrás, corre. Sudas y respiras. Corre. Huyes, pero ¿de quién o de qué? Tal vez, ni siquiera lo conozcas, los monstruos son así, íntimos, cotidianos, cercanos e invisibles. Y tú prefieres huir a mirarle a los ojos Así que corres, una zancada tras otra, sin saber a donde vas: un, dos, tres, cuatro, uno, dos, tres, cuatro, oxigenas hasta perder el sentido de la realidad, sólo respiras y huyes: de tu pais, de tu casa, de los que te aman, de brazo en brazo, de beso en beso.

Pero hay algo que no sabes: los monstruos se alimentan de huidas. Chupan tu sangre y crecen, lentamente, crecen y te rodean, crecen y tapan tus ojos, juegan contigo como un gato juega con un pájaro recién caido de un árbol antes de acabar con él.

Si tan solo supieras… Hace ya varios años, Jorge me presentó a mi monstruo, al mío. La primera vez que lo ví, parecía estar loco, se movía mucho, farfullaba palabras sin sentido. Hacía tiempo que intuía su existencia, pero jamás lo había conocido. Yo estaba aterrado, pero luego reuní el valor para mirarle a los ojos y pedirle que me dejara en paz. Al principio se quedó sorprendido. El creía que jamás me enfrentaría. Así que me quité mis zapatillas, y descalzo avancé hacia él, primero con rencor. De cerca tenía el aspecto de un niño asustado, enfadado por tener que seguirme en todo momento, en sus manos llevaba una cajita llena de pasado y de dolor que me lanzaba sin cesar. Le grité que dejara de hacer eso, cosa que le divirtió mucho y que, desde luego, continuó haciendo. No fue hasta que, desnudo, me senté ante él, cuando me invitó a conocer su casa, que no es otra que mi vida.

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