viernes, 30 de abril de 2010

Manel.- Dona Estrangera

Manel "Dona estrangera" from Manel on Vimeo.



Mis conquistas no se cuentan por docenas. No creo equivocarme si digo que se pueden contar con los dedos de las manos y tampoco quiero aburrirte con la comprobación. Reconozco también que, obsesivo como soy, este pequeño revés de la naturaleza, me concede mucho tiempo para analizar y reflexionar al respecto.

Así pues, hace ya tiempo me di cuenta que las mujeres que se sienten atraídas por mí siguen un patrón: son extranjeras, mayores que yo, y normalmente, con novio / pareja. En fin, un desastre. No voy a flagelarme, mi soltería me permite estos lujos y, al fin y al cabo, hace tiempo que aprendí que no soy yo quien toma las decisiones en estas lides. Sin embargo, la situación empieza a molestarme.

Hace algunos fines de semana, tras un largo día de estudio, decidí bajar a tomar mi copa de vino. De hecho, había quedado con Iván, que siempre es un aliciente, quien me había prometido traer a dos de sus hermanas, que son dos alicientes.

Así pues, pasadas las diez y media, me calzo el abrigo y me pongo los zapatos. Ni siquiera me perfumo. Recorro la calle pensando en el examen del miércoles y si debería salir. Pero al llegar al bar, las dudas desaparecen: el grupo que actúa esta noche es realmente bueno. Pido mi vino, Iván me espera en el mismo lugar donde nos despedimos ayer, me presenta sus hermanas, pero la música me atrapa y me dejo llevar.

El primer vino se convierte en el segundo. El concierto acaba y le sucede la conversación acalorada por el vino y la compañía. Llegan más amigos y el tercer vino. Los amigos se van, Iván pide una botella. Brindamos con los músicos, charlamos y poco más tarde Toni, que soporta pacientemente nuestros chistes y borracheras, enciende las luces y nos envía a casa. Son las cinco.

El bar está vacío. Yo busco mi cartera y mi abrigo, pero no aparecen. Iván ha encontrado un corazón y se lo lleva a casa. Sólo quedan los músicos, Toni y yo. El abrigo, con las llaves y la documentación no están. El telón de la noche ha caído. La luz artificial me ciega. La magia se ha roto y no tengo dónde ir. Mi pensamiento se precipita en espiral: y empiezo a recordar que dejé el abrigo en una silla, frente a aquel chico. Aquel chico, con el que no he hablado jamás. Aunque lo conozco, ella me habló de él. Sí lo conozco.

MIERDA! Cómo pude ser tan estúpido! Lo tenía delante, me reconoció!!!
- No te preocupes, puedes venirte con nosotros. Te prestamos una chaqueta y vienes al hotel. Hay camas para todos...
- Gracias chavales, pero seguro que aparece...

Pero no aparece. Y me voy con los músicos y duermo con Jaume [Gracias por la chaqueta]. Afuera empieza a amanecer y escucho cómo los coches se hacen más presentes. Y le veo entrando en mi casa, ciego de odio, ha revisado la cartera y ha encontrado mi dirección, sonríe mientras busca la llave para abrir la puerta. Lo destroza todo, mientras en la calle pasa el servicio de limpieza, se lleva mi ordenador: mis documentos, mi música, mis descargas, mi PC, mi vida. Todo. Y me odio a mi mismo por ser doblemente estúpido. Lo merezco.

O tal vez, no sea tan trágico... Por lo menos, Mercé tiene una llave de casa. Podré entrar y buscar entre mis cosas destrozadas una escusa que contar a la propietaria. Cada vez que cierro los ojos, veo su mirada clavada en mí.

A las diez, decido que ya es tarde. Debo levantarme, llamar a Mercé. Recuperar la llave y mi vida. Pero antes pasaré por la puerta de casa para asegurarme.

Me lavo la cara, Jaume está despierto, me despido, me calzo y me voy. En la calle, todo es luz pero el aire es frío. No me atrevo a pasar por casa. Llamo a Mercé, que ya está despierta. Recojo la llave y empiezo a asumir que todo se ha perdido. Desayuno con ella. La esperanza seguirá viva mientras no llegue a casa.

Son las 11.30 y se ha acabado el café. Recojo mis cosas y me voy. Bajo por las escaleras. Por la calle, recuento las copias de seguridad, los archivos enviados por mail, el examen del miércoles para el que no he estudiado lo suficiente y trato de convencerme de que existe una razón para todo. Aún no he llegado a casa cuando suena el teléfono. No reconozco el número, pero no es él. Es una voz femenina:
- Hola! Soy María. Tengo tu abrigo! Me lo llevé por error con mi abrigo.
Mi cuello cruje mientras dibujo una sonrisa.
-Gracias. ¿Puedo localizarte en este número para pasarlo a recoger?
-Desde luego.

Cuelgo. Hace sol y el aire se ha calentado un poco. Tengo un mensaje: Je suis seule jusqu'à demain. Viens?