domingo, 31 de enero de 2010

PJ Harvey.- Dear Darkness



- Siempre hay que tenerle respeto, pero miedo jamás.
Tío se despertó a la conversación de repente. Rafa, el amigo de su hijo que había venido a cenar a casa para celebrar la fiesta contaba
- Sí, siempre respeto, pero nunca miedo. Porque el jabalí huele el miedo y entonces, ataca. Y nada más peligroso que un jabalí. No te fíes jamás. Por eso yo he dejado de cazar jabalíes, desde aquel día que los perros lo encontraron en el barranco del Ariño. Venga a ladrar a las zarzas! El jabalí empezó a correr a cruzar por bosque cerrado. Me rasqué toda la cara, en una zona de carrascas, se me quedó la gorra atrás y ya no la pude recuperar. Yo llevaba un mono ancho, azul y viejo que no me dejaba correr, casi pierdo a los perros que seguían corriendo detrás de él. Para colmo, cerca de una cequia, el terreno cedió y caí al barro. Mi compañero no llegaba así que me tuve que apañar solo. Al final, dolorido, mojado y entumecido, me encuentro al jabalí atrapado en un barranco. No tenía forma de salir de allí, yo le cerraba el paso. El sol se había levantado ya pero la luz no llegaba a la profundidad del bosque, que desprendía un olor húmedo de hojas podridas. Los perros ladraban enfurecidos, querían acercarse más, saltar sobre él. El jabalí amagaba con atacarles, amenazaba con los colmillos, rascaba nervioso el suelo. Yo podía escuchar su respiración. Mi compañero seguía sin aparecer. El jabalí me miraba mientras yo le apuntaba con la escopeta, su respiración cada vez más fuerte, se acompasó con la mía. No podía fallar. No había otra opción. Debía matarlo de un solo disparo o, ardiendo de rabia y dolor, se abalanzaría sobre mí, y no habría forma de escapar. Lo dejé ir. Subí el margen, llamé a los perros y me fui. Aquel día se los dije, no me volváis a llamar: yo no cazo jabalí.

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