domingo, 8 de marzo de 2009

Nacho Vegas.- Detener el tiempo



Entro al bar y repito de nuevo el rito: saludo a Toni, hablamos de la música, me sirve una cerveza y al cabo de un rato, acabadas las sorpresas, abro el libro y empiezo a leer: Faulkner, El ruido y la furia, página 81, Alfaguara. Al acabar el capítulo, levanto la cabeza, pago, saludo, me subo el cuello del abrigo y me preparo para salir a la calle. Son casi las once y suena Detener el tiempo.

Dos de junio de 1910

Cuando la sombra del marco de la ventana se proyectó sobre las cortinas, eran entre las siete y las ocho en punto y entonces me volví a encontrar a compás, escuchando el reloj. Era el del Abuelo y cuando Padre me lo dio dijo: Quentin te entrego el mausoleo de toda esperanza y deseo; casi resulta intolerablemente apropiado que lo utilices para alcanzar el reducto absurdum de toda experiencia humana adaptáncolo a tus necesidades del mismo modo que se adaptó a las suyas o a las de su padre. Te lo entrego no para que recuerdes el tiempo, sino para que de vez en cuando lo olvides durante un instante y no agotes tus fuerzas intentando someterlo. Porque nunca se gana una batalla dijo. Ni siquiera se libran. El campo de batalla solamente revela al hombre su propia estupidez y desesperación, y la victoria es una ilusión de filósofos e imbéciles.

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